jueves, 20 de mayo de 2010

Los mal llamados "derechos de las mujeres" en crisis


Reproducimos aquí un resumen del artículo publicado en el blog de María Pazos Morán sobre cómo se enfocan los derechos de las mujeres en esta época de crisis. Nos parece muy  oportuno  pues recoge con acierto criterios y prácticas que deberemos utilizar a la hora de negociar nuestro plan de igualdad. Sabemos que la crisis se aprovecha, entre otras cosas, para recortar este  tipo derechos y para luchar en contra de ello esperamos tu colaboración en forma de comentarios y apoyo.




Dentro del discurso principal sobre la crisis no se contempla la igualdad de género, de tal modo que las medidas que se articulan para superarla nunca tienen incluida esta perspectiva. Así desde la oficina de igualdad de la OIT se advierte de que 22 millones de mujeres perderán sus empleos durante el 2009 debido a la crisis. Por otra parte la OIT en su informe anual incluye a las mujeres que se incorporan tras el permiso de maternidad dentro de los grupos vulnerables que deben de ser protegidos.
De dónde viene esta vulnerabilidad si las mujeres ya han demostrado estar sobradamente preparadas y ser tan capaces como los hombres y, si se reconoce que la igualdad de género es necesaria para mejorar la economía, por qué no se invierte en potenciar la igualdad en vez de proteger a las mujeres.
La igualdad como parte de la solución de la crisis pasa por aprovechar el potencial productivo de las mujeres; pero no con empleo precario y a tiempo parcial, sino articulando medidas que persigan conseguir una sociedad más igualitaria, tanto desde la educación como desde el deporte, la corresponsabilidad o desde los grandes discursos y medidas de los políticos. Sin embargo, lo único que se hace es proteger a las mujeres junto a otros grupos vulnerables como la juventud y las personas migrantes.
Es fácil encontrar ejemplos en la negociación con las empresas en que los temas de igualdad y equiparación se quedan atrás por diversas razones. Esto es debido a que a las empresas les cuesta invertir para contratar en igualdad de condiciones, ya que aún siendo igual de eficientes a nivel individual, las mujeres tienen siempre menos disponibilidad que los hombres.
Esta falta de disponibilidad de las mujeres viene dada por sus responsabilidades domésticas y de cuidado, y esto, junto con las crecientes facilidades que se dan para la conciliación, las convierte en mano de obra de alto riesgo, ya que la probabilidad de que se ausenten es mayor que si se contratan hombres. Este fenómeno se conoce como discriminación estadística. En época de crisis este fenómeno se puede agravar, empujando la contratación femenina hacia una mayor precariedad.

Las reformas en curso: ¿simple olvido de las mujeres o algo peor?

Estas consideraciones sobre el mercado de trabajo aceptadas por todo el mundo solo sirven para promover declaraciones huecas o apelar a la buena voluntad del empresariado solicitando que contrate mano de obra más cara.
Para reducir la desigualdad y exclusión de las mujeres en el empleo de calidad se debería empezar por conceder a los hombres mas derechos para el cuidado, por ejemplo con un permiso de paternidad intransferible de igual duración que el de maternidad, o universalizando la educación infantil desde los cero años. Esta medida, prometida por el actual presidente y olvidada en las medidas anticrisis, ayudaría en muchos aspectos ya que mejorar el servicio público de educación sirve para luchar contra la crisis; ayudando a las familias, reduciendo la pobreza infantil, facilitando el aumento de la tasa de natalidad y mejoraría la atención a la dependencia al invertir en infraestruturas de servicios públicos.
Por otra parte la incorporación de la mujer al empleo de calidad está indisolublemente ligada al reparto de las tareas de cuidado y trabajo doméstico. Las jornadas interminables para unos y tiempo parcial para otras, mantienen a la mujer en su situación de cuidadora y proveedora de servicios. Para avanzar hacia la corresponsabilidad las jornadas completas deberían ser más cortas y flexibles para todas y todos. Esto se olvida al tomar medidas contra la crisis o cuando se habla del modelo productivo, pero más allá del olvido el problema está en que las medidas que se toman acentúan la dualidad sexual del mercado de trabajo y con ella la segmentación horizontal y vertical, con funestas consecuencias para la igualdad de género y para la economía

Flexiguridad y difergualdad

Las medidas que se proponen como salida a la crisis pasan por reducir los costes no salariales para los empleadores rebajando las obligaciones de las empresas con despidos más baratos, contratos más flexibles y aumento de la jornada semanal a 65 h. Por otra parte los sistemas de pensiones se reforman para penalizar los periodos de ausencia en el trabajo e incentivando el empleo completo y continuado durante la vida laboral. A esto le llaman flexiguridad, se trata de hacer más disponible la oferta de trabajo y más flexible el empleo.
Los incentivos a la flexiguridad, dirigidos a todas las personas tienen en el fondo un impacto negativo en las cuestiones de igualdad. Las mujeres con responsabilidades de cuidado se ven obligadas a reducir sus jornadas o abandonar temporalmente el empleo, lo que a la larga aumenta las diferencias entre las pensiones medias de hombres y mujeres. Por otro lado las jornadas más largas y el resto de medidas que aumentan la disponibilidad afectan mayoritariamente a los hombres y tienden a dificultar su inclusión en el trabajo doméstico y de cuidado. Asi pues, se afianzan los roles de género.
El problema se complica si observamos que mientras el empleo en general se flexibiliza se hace más rígido el empleo femenino en particular. De hecho, el aumento de facilidades para las mujeres con responsabilidades familiares es, a su vez, un aumento de las obligaciones empresariales, que se traduce en prohibiciones de despido durante el embarazo, garantía de recuperar el puesto tras permisos y excedencias, derecho a jornadas flexibles y reducidas. Todos estos beneficios con tendencia a aumentar, acentuan a su vez el fenómeno antes señalado de la discriminación estadística.

El boomerang de los supuestos derechos de las mujeres

Se están tomando medidas para proteger los derechos de las mujeres sin evaluar el impacto que producen sobre el empleo o sobre los derechos que pretenden garantizar. Por ejemplo, el empleo a tiempo parcial es sabido que en general es precario con sueldos, derechos sociales y pensiones que no permiten vivir dignamente, sin embargo se obvia que en todos los paises es mayoritariamente femenino. Los permisos del tiempo parcial y flexibilidad horaria para personas con hijos o hijas de corta edad tienen escasa incidencia en el empleo masculino, produciendo una gran segmentacion horizontal y vertical en el mercado de trabajo. Otro ejemplo documentado son los permisos parentales que solo son disfrutados por los hombres si son intrasferibles y pagados sobre el 100% del salario.
Merece especial atención la protección del puesto de trabajo de las mujeres embarazadas y los permisos de maternidad. Desde cantidad de organismos se aboga por el aumento de estos derechos, aumentando el tiempo de prohibición de despido y el permiso de maternidad en aras de los supuestos derechos de las mujeres y sin tener en cuenta las consecuencias.
La experiencia histórica muestra que el empleo femenino se ha considerado accesorio y ajustable según el ciclo económico y otros factores. Sin embargo, en esta crisis sería difícil que las mujeres volvieran al hogar, ya que las mujeres han superado en formación a los hombres, su incorporación al empleo es mucho mayor y la conciencia y los derechos adquiridos impiden que los viejos mecanismos tengan el mismo efecto sobre la oferta de trabajo femenino. Sin embargo, estos mecanismos si están teniendo efecto sobre la demanda, posiblemente sea la vía que entraña el mayor peligro de excluir a las mujeres del empleo de calidad en esta crisis. Y si no por qué la Comisión Europea tramita de urgencia el aumento del permiso de maternidad mientras sigue sin emitir directiva alguna sobre el permiso de paternidad intrasferible; o cómo es que se reclama mayor flexibilidad y no se ponen reparos a la rigidez del empleo femenino. Por todo ello debemos cuestionarnos el papel de los organismos que avalan estas medidas de igualdad.

La única solución: el cambio estructural hacia un modelo de sociedad de personas sustentadoras/cuidadoras en igualdad.

En realidad, lo que subyace en todas estas medidas es la negativa a cuestionar la división sexual del trabajo. Si fuera imposible el reparto equitativo del trabajo doméstico y de cuidados entre hombres y mujeres, sería comprensible intentar compensar a las mujeres por su doble función, por más que resultara costoso e ineficiente. Pero hoy la sociedad ya apuesta por la corresponsabilidad, que no sólamente es una cuestión de justicia sino que permite aprovechar el capital humano de las mujeres y el potencial cuidador de los hombres; disminuye el riesgo de pobreza, y particularmente de pobreza infantil; y evita las ineficiencias en el mercado de trabajo y en la organización del trabajo doméstico. Más aún, los países que han apostado por el cambio estructural, desde la sociedad basada en la familia de ‘sustentador masculino/esposa dependiente’ a la de ‘personas sustentadoras/cuidadoras en igualdad’, han demostrado que, ofreciendo a las mujeres la posibilidad de tener hijos/as en igualdad sin renunciar al empleo de calidad, se pueden recuperar las tasas de fecundidad a niveles aceptables (véase el caso de Suecia) y abordar así los retos del envejecimiento poblacional que previsiblemente se agravarán con la crisis económica.
La crisis ha confirmado la necesidad de superar la etapa de las llamadas ‘políticas de igualdad’. Muchas de estas políticas consistían en ayudas que, aún con carácter marginal y presupuesto simbólico, aparecían como trato de favor a las mujeres; enmascarando la desigualdad producida por las políticas públicas en general y la exclusión de las mujeres de los derechos económicos y de ciudadanía. El movimiento feminista no debe seguir dejándose engañar por los supuestos ‘derechos de las mujeres’ ni por la vieja concepción de las políticas de igualdad como algo accesorio y marginal, ni por la vieja idea de que la igualdad es una fuente de gasto público difícil de asumir.

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